Nacido
y criado en el auge del libre intercambio de capital e ideas en el que
actualmente nos encontramos, la globalización y su consecuente multiculturalidad
no han permitido (de momento) que yo me identifique con una identidad nacional,
así como tampoco que crezca en mí un espíritu patriótico que me una de manera
pasional a mis raíces. Es por esto que me sorprende que sea aquí, en Budapest,
donde empiecen a aflorar los primeros atisbos de genuina defensa nacional,
aunque estos surjan por simple e incómoda vergüenza.
Gracias
a la embajada española, magiares y españoles pudimos disfrutar en perfecta
armonía de una cuidadosa selección de los últimos éxitos cinematográficos
gestados en nuestro país. No faltaron a la cita las más que notables Verano 1993 y Abracadabra así como la inesperadamente exitosa Julita Salmerón,
peculiar protagonista de su propia biografía, expuesta sin tapujos ante todos
nosotros en Muchos hijos, un mono y un
castillo. Obviando estos títulos que tanto mi compañera de Erasmus como yo
ya habíamos tenido la oportunidad de ver en su tierra y contexto original nos
ahorramos el desembolso que hubiese supuesto duplicar los visionados en espera
de la todavía ausente (y ya por dos meses demorada) beca Erasmus. Cinco fueron
las sesiones a las que asistimos en la sala de cine más bonita que jamás he
visitado para acabar confirmando que lo mejor de la temporada pasada ya lo
habíamos testado en nuestro país de origen. El
Autor y No sé decir adiós se
revelaron como las mejores de la selección, quizá no tanto por su capacidad
narrativa como por las actuaciones de sus premiados protagonistas. Como contraposición,
El Guardián Invisible demostraba con
una atmósfera sobresaliente que no hemos aprendido tanto sobre thrillers como La Isla Mínima, Tarde para la Ira o Que Dios nos perdone nos habían hecho
creer, la lección mal aprendida se queda
al descubierto cuando un equipo con medios se ve obligado por fuerza mayor a
calcar la copia literaria nacional de Millenium.
Precediendo a ésta, hizo su obligada aparición el Señor del
Blockbuster español. Santiago Segura nos auguraba una mediocre jornada con su
inofensiva y fácilmente olvidable Sin
Rodeos, efímero remake que viaja cruzando fronteras a altas velocidades
entre carteras culturalmente diversas. Eso sí, el cine convulsionaba a ritmo de
carcajada limpia. Podría, y debería ser considerado como bien público, afilar
mi lanza para ensañarme gustosamente con esta mediocre basura sirviéndome tan
solo de Cristina Pedroche. Sin embargo, yo he venido aquí a hablar de mi herido
orgullo patriótico, y de cómo la propia embajada española (paradójicamente) ha
sido la causante, aquí, tan lejos de mi país, de que me sienta desamparado por
la tierra que me vio nacer.
Es
curioso que, sin pertenecer a ninguno y odiando por la condición inherente a mi
generación cualquier signo político, me sienta dispuesto a soportar que alguien
me pueda juzgar por mi nacionalidad a raíz de las declaraciones por las que
Borrell tuvo que responder cuando denunció la xenofobia sistémica e inherente a
la vida política magiar. Creo que todos deberíamos coincidir en este punto. No
quiero ser malinterpretado, Hungría es injusta con los refugiados de manera
equivalente a la mayor parte de oídos sordos europeos, la diferencia es que es
ella la que se come la mierda que el resto de potencias barren hacia el
descansillo de sus hogares. Lo que no estoy dispuesto a soportar es que
alguien, que se supone tendrá conocimientos cinematográficos, haya tenido la
poca decencia de haberme dejado nacionalmente avergonzado ante el gentío local
que ocupaba la medio vacía sala donde se perpetró la proyección de la que puedo
denominar como la peor película que he visto en mi vida.
Garabandal: Sólo Dios lo sabe es un
insulto religioso bienintencionado. Es (y nunca mejor dicho) una hez de
proporciones bíblicas. Aparentemente una broma de mal gusto cuando uno lee el
risible nombre de su director (Brian Alexander Jackson), Garabandal engaña a los ojos por su constante tortura formal y
visual. Creada por actores no profesionales y creyentes muy devotos narra las
apariciones efectuadas por la virgen en el municipio Cántabro de San Sebastián
de Garabandal durante los años 60. Garabandal
jamás debió existir por su condición de desastre anunciado modelado por gentes
inconscientes del respeto y valor que desde sus orígenes el medio audiovisual merece. Así pues, esta película low cost no
tiene nada de valor que ofrecer a cualquier espectador que no sea devoto de la
madre de nuestro señor Jesucristo. No importa cuál sea tu raza, sexo, género
(impuesto o elegido), ideología, orientación sexual, capital o color favorito: Garabandal es una mierda que atraviesa
todas las convenciones y constructos sociales exceptuando la Fe cristiana (y ni
siquiera toda). Este documento solo funciona como panfleto turístico para
algunos y es directamente dirigido a la santa sede con la intención de que se
reabra una investigación científica que permita confirmar las apariciones allí
ocurridas. Eso sí, cuidándose de criticar la estructura eclesiástica lo mínimo
en favor de los intereses que el pueblo y sus devotos muestran por una
confirmación oficial de los hechos allí acaecidos. Viendo entrevistas
concedidas por los propios protagonistas de la película me duele más tener que
acentuar, consciente de su esfuerzo y devoción, el tiempo y dinero empleado que
el visionado de esta película ha transformado en perjuicio. Aun así no voy a morderme
la lengua a la hora de conjeturar que, tal vez, muy a pesar de lo que vosotros digáis, esta no sea la película que vuestra Madre quería. Aunque estoy seguro de que se sentirá
orgullosa y agradecida por vuestro esfuerzo, apostaría mi alma entera a que
cuando pudo ver el resultado final se llevó las manos a la cabeza de manera
similar a como yo lo hice posando mis ojos entre las falanges de mis dedos, sin
dar crédito a la infamia que, proyectada en la grisácea tela del cine Urania, fluía
plano a plano. Mucha gente pensará (con razón) que la inocencia cinematográfica
no es motivo de peso para un ataque tan gratuito y duro como este. Sí, eso es
cierto. El problema no reside en las creencias de las personas involucradas en
el proyecto ni en su palpable e inútil esfuerzo. El perjuicio lo ha causado la
persona que, desde la embajada, ha consentido consciente o inconscientemente
que esta obra, incapaz de pasar siquiera el filtro de cualquier espectador
medio, haya sido proyectada en el cine más importante de Budapest. Y es que
España debería empezar a esconder más sus verdaderas miserias respetando su
cultura en vez de ocultar otras más graves sacando pecho al modo europeo en que
Pablo Casado da la mano a inmigrantes rescatados.
Me
gustaría descubrir todas las herramientas de las que se ha servido la persona
que ha querido traer esto hasta aquí, así como todos los filtros que la
película ha pasado para ello, de esta manera podría poner al descubierto los
mecanismos de mamoneo que de manera casi imperceptible y sin que nos demos
cuenta pasan ante nuestros ojos diariamente. El herido patriotismo del que hago
gala se confirma de muerte cuando me percato una vez más de que nuestras
instituciones permiten (como aparentemente siempre han hecho) que personas
carentes de conocimientos suficientes para el juicio cultural del asunto que les
atañe puedan tomar decisiones arbitrarias sobre lo que es culturalmente valioso
y, por consiguiente, puede cruzar nuestras fronteras.
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