Nos encontramos en un
estado catatónico. Una grave enfermedad del siglo XXI que nos convierte en
standbys vivientes con nula capacidad crítica mientras con nuestra pasividad e
inactividad cedemos el poder a los falsos ídolos del mercado. El insulto es
mayúsculo cuando se trata de evidenciar la idiocia que atraviesa las
estupideces superpuestas en nuestro rango de visión. Lo paradójico del asunto
sale a la superficie cuando este engendro vanidoso de ego desmedido salta a
escena con su nuevo traje. Evidentemente está desnudo, pero pretende de manera
muy efectiva que el grueso de sus seguidores aplauda su esplendido traje de
satén. Cuando todo haya pasado no quedará nada, el recuerdo de una maniobra de
mercado y un poco más de tiempo malgastado por cada uno de nosotros. Así pues,
el crescendo de “contenido” sintético y adulterado que llevamos consumiendo
durante años está lejos de llegar a su fin. La rueda seguirá girando y yo
seguiré abriendo la aplicación mientras defeco aquí en un retrete húngaro de
orificio invertido. Es fácil criticar el pienso que infla a nuestros ganados y
llenarse la boca con la palabra refugiados sin atender a los problemas
primermundistas que están degradando con una rapidez alarmante nuestra
capacidad de reflexión. Negar nuestra responsabilidad personal a la hora de
consumir basura sin ponerla en tela de juicio nos condena (lleva tiempo haciéndolo)
a la mediocridad más absoluta. La caverna de Platón se convierte en un meme
carente de gracia mientras un niñato insolente utiliza su injustificado poder
esperando que el populacho y los medios ardan en el caos hasta que alguien
termine por compararle con Duchamp u Orson Welles (puedo confirmar días después
de escribir esto que La Vanguardia
tiene el dudoso honor de ser la primera en compararle con este último).
Wismichu, junto con tantos otros, nos ha vuelto a todos vegetarianos al
cebarnos (durante años y especialmente ahora) con suculentas heces. Ahora él, a
ritmo con sus esbirros, sale a justificar lo que creen una acrobacia de ingenio
desmedido sin precedentes (o mejor dicho, con los precedentes que ellos
eligen). Vanagloriándose de rescatarnos de la caverna, Wismichu nos mira a los
ojos desde una ventana de Youtube para alertarnos sobre el peligro de dar
crédito a los titulares vagos que circulan por internet mientras aprovecha para
compararse con Haneke a golpe de click. Si crees que "The Room" tiene
algo que ver contigo, amigo, no has entendido nada. Para quien haya tenido el
placer de poder ver su aparición estelar en el programa de televisión La Resistencia será de una facilidad
pasmosa discernir, entre su carencia de gracia y sus vacuas promesas, la nula
profundidad de un proyecto que cada vez se ve más claramente gestado por una
gran empresa y no por su más que dudoso espíritu revolucionario personal. Uno
de sus compañeros se escuda tras la más que conocida barricada de papel: el
esfuerzo. Estudiar cine y pasar horas montando una película no otorga mayor
dignidad al objeto de tu proyecto, deberíais saber (y creo que empezáis a ser
conscientes) que os habéis quedado bastante lejos de estar a la altura. Este
mismo arduo trabajador con títulos que lo atestiguan ensalza la cultura
cinematográfica de la que Wismichu textualmente se “empapa” para que nosotros
olvidemos cómo este último, haciendo alarde nuevamente de su propia
inconsciencia y desconocimiento puro del mensaje que pretende transmitir,
consideró que por haber leído un tuit tenía derecho a comparar su película con 71 fragmentos de una cronología del azar
(o más concretamente, como el tuit rezaba, 73 Fragmentos de una cronología del
azar). El problema dista mucho de ser económico o una ofensa al medio
cinematográfico, este es un problema moral y ético de primer calibre. Utilizar
los números, el dinero y la posterior difusión para engendrar una bomba de humo
criticando la mano que te da de comer no ha resultado otra cosa que una estúpida
maniobra de marketing. No se trata de nada más que de un mensaje lastrado por
todos los defectos que su contenido quiere denunciar, llevado a cabo por
personas de una cortísima mirada social y una nula visión artística. Cuanto
antes entendamos que sus protagonistas son solo la punta de un iceberg de
basura ocultada durante años a nuestro juicio, antes podremos comprender por
qué solo hoy día se puede malinterpretar, como si de una grotesca paradoja se
tratase, un mensaje tan sencillo haciéndolo preso de su propia denuncia y cómo,
de esta manera y con un mal gusto francamente atroz, se puede justificar a base
de nombres como Carlo Padial o “el montador de Un monstruo viene a verme” que se rían una y otra vez en nuestra
cara llamándonos estúpidos a través de una propuesta tan inane como esta.
He de ser suficientemente justo como para admitir que sí he aprendido algo de todo esto: Que ya basta. Que la distancia entre nuestra pantalla y vuestras habitaciones abarrotadas de accesorios y posters pagados con vuestros monetizados vídeos no puede nublar nunca más nuestro juicio sobre lo que llamamos arte y lo que denominamos bazofia, sobre a quién concedemos el honor de nombrar genio y a quién debemos dejar olvidado en su propio patio de recreo maltratando el sentido crítico de su influenciable público.
He de ser suficientemente justo como para admitir que sí he aprendido algo de todo esto: Que ya basta. Que la distancia entre nuestra pantalla y vuestras habitaciones abarrotadas de accesorios y posters pagados con vuestros monetizados vídeos no puede nublar nunca más nuestro juicio sobre lo que llamamos arte y lo que denominamos bazofia, sobre a quién concedemos el honor de nombrar genio y a quién debemos dejar olvidado en su propio patio de recreo maltratando el sentido crítico de su influenciable público.
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