sábado, 17 de noviembre de 2018

Sobre Bocadillo



Nos encontramos en un estado catatónico. Una grave enfermedad del siglo XXI que nos convierte en standbys vivientes con nula capacidad crítica mientras con nuestra pasividad e inactividad cedemos el poder a los falsos ídolos del mercado. El insulto es mayúsculo cuando se trata de evidenciar la idiocia que atraviesa las estupideces superpuestas en nuestro rango de visión. Lo paradójico del asunto sale a la superficie cuando este engendro vanidoso de ego desmedido salta a escena con su nuevo traje. Evidentemente está desnudo, pero pretende de manera muy efectiva que el grueso de sus seguidores aplauda su esplendido traje de satén. Cuando todo haya pasado no quedará nada, el recuerdo de una maniobra de mercado y un poco más de tiempo malgastado por cada uno de nosotros. Así pues, el crescendo de “contenido” sintético y adulterado que llevamos consumiendo durante años está lejos de llegar a su fin. La rueda seguirá girando y yo seguiré abriendo la aplicación mientras defeco aquí en un retrete húngaro de orificio invertido. Es fácil criticar el pienso que infla a nuestros ganados y llenarse la boca con la palabra refugiados sin atender a los problemas primermundistas que están degradando con una rapidez alarmante nuestra capacidad de reflexión. Negar nuestra responsabilidad personal a la hora de consumir basura sin ponerla en tela de juicio nos condena (lleva tiempo haciéndolo) a la mediocridad más absoluta. La caverna de Platón se convierte en un meme carente de gracia mientras un niñato insolente utiliza su injustificado poder esperando que el populacho y los medios ardan en el caos hasta que alguien termine por compararle con Duchamp u Orson Welles (puedo confirmar días después de escribir esto que La Vanguardia tiene el dudoso honor de ser la primera en compararle con este último). Wismichu, junto con tantos otros, nos ha vuelto a todos vegetarianos al cebarnos (durante años y especialmente ahora) con suculentas heces. Ahora él, a ritmo con sus esbirros, sale a justificar lo que creen una acrobacia de ingenio desmedido sin precedentes (o mejor dicho, con los precedentes que ellos eligen). Vanagloriándose de rescatarnos de la caverna, Wismichu nos mira a los ojos desde una ventana de Youtube para alertarnos sobre el peligro de dar crédito a los titulares vagos que circulan por internet mientras aprovecha para compararse con Haneke a golpe de click. Si crees que "The Room" tiene algo que ver contigo, amigo, no has entendido nada. Para quien haya tenido el placer de poder ver su aparición estelar en el programa de televisión La Resistencia será de una facilidad pasmosa discernir, entre su carencia de gracia y sus vacuas promesas, la nula profundidad de un proyecto que cada vez se ve más claramente gestado por una gran empresa y no por su más que dudoso espíritu revolucionario personal. Uno de sus compañeros se escuda tras la más que conocida barricada de papel: el esfuerzo. Estudiar cine y pasar horas montando una película no otorga mayor dignidad al objeto de tu proyecto, deberíais saber (y creo que empezáis a ser conscientes) que os habéis quedado bastante lejos de estar a la altura. Este mismo arduo trabajador con títulos que lo atestiguan ensalza la cultura cinematográfica de la que Wismichu textualmente se “empapa” para que nosotros olvidemos cómo este último, haciendo alarde nuevamente de su propia inconsciencia y desconocimiento puro del mensaje que pretende transmitir, consideró que por haber leído un tuit tenía derecho a comparar su película con 71 fragmentos de una cronología del azar (o más concretamente, como el tuit rezaba, 73 Fragmentos de una cronología del azar). El problema dista mucho de ser económico o una ofensa al medio cinematográfico, este es un problema moral y ético de primer calibre. Utilizar los números, el dinero y la posterior difusión para engendrar una bomba de humo criticando la mano que te da de comer no ha resultado otra cosa que una estúpida maniobra de marketing. No se trata de nada más que de un mensaje lastrado por todos los defectos que su contenido quiere denunciar, llevado a cabo por personas de una cortísima mirada social y una nula visión artística. Cuanto antes entendamos que sus protagonistas son solo la punta de un iceberg de basura ocultada durante años a nuestro juicio, antes podremos comprender por qué solo hoy día se puede malinterpretar, como si de una grotesca paradoja se tratase, un mensaje tan sencillo haciéndolo preso de su propia denuncia y cómo, de esta manera y con un mal gusto francamente atroz, se puede justificar a base de nombres como Carlo Padial o “el montador de Un monstruo viene a verme” que se rían una y otra vez en nuestra cara llamándonos estúpidos a través de una propuesta tan inane como esta.

         He de ser suficientemente justo como para admitir que sí he aprendido algo de todo esto: Que ya basta. Que la distancia entre nuestra pantalla y vuestras habitaciones abarrotadas de accesorios y posters pagados con vuestros monetizados vídeos no puede nublar nunca más nuestro juicio sobre lo que llamamos arte y lo que denominamos bazofia, sobre a quién concedemos el honor de nombrar genio y a quién debemos dejar olvidado en su propio patio de recreo maltratando el sentido crítico de su influenciable público.

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Sobre Garabandal (y la semana de cine español en Budapest)

            Nacido y criado en el auge del libre intercambio de cap ital e ideas en el que actualmente nos encontramos, la globaliza...