viernes, 23 de noviembre de 2018

Sobre Garabandal (y la semana de cine español en Budapest)



            Nacido y criado en el auge del libre intercambio de capital e ideas en el que actualmente nos encontramos, la globalización y su consecuente multiculturalidad no han permitido (de momento) que yo me identifique con una identidad nacional, así como tampoco que crezca en mí un espíritu patriótico que me una de manera pasional a mis raíces. Es por esto que me sorprende que sea aquí, en Budapest, donde empiecen a aflorar los primeros atisbos de genuina defensa nacional, aunque estos surjan por simple e incómoda vergüenza.
          Gracias a la embajada española, magiares y españoles pudimos disfrutar en perfecta armonía de una cuidadosa selección de los últimos éxitos cinematográficos gestados en nuestro país. No faltaron a la cita las más que notables Verano 1993 y Abracadabra así como la inesperadamente exitosa Julita Salmerón, peculiar protagonista de su propia biografía, expuesta sin tapujos ante todos nosotros en Muchos hijos, un mono y un castillo. Obviando estos títulos que tanto mi compañera de Erasmus como yo ya habíamos tenido la oportunidad de ver en su tierra y contexto original nos ahorramos el desembolso que hubiese supuesto duplicar los visionados en espera de la todavía ausente (y ya por dos meses demorada) beca Erasmus. Cinco fueron las sesiones a las que asistimos en la sala de cine más bonita que jamás he visitado para acabar confirmando que lo mejor de la temporada pasada ya lo habíamos testado en nuestro país de origen. El Autor y No sé decir adiós se revelaron como las mejores de la selección, quizá no tanto por su capacidad narrativa como por las actuaciones de sus premiados protagonistas. Como contraposición, El Guardián Invisible demostraba con una atmósfera sobresaliente que no hemos aprendido tanto sobre thrillers como La Isla Mínima, Tarde para la Ira o Que Dios nos perdone nos habían hecho creer, la lección mal aprendida se queda al descubierto cuando un equipo con medios se ve obligado por fuerza mayor a calcar la copia literaria nacional de Millenium. Precediendo a  ésta,  hizo su obligada aparición el Señor del Blockbuster español. Santiago Segura nos auguraba una mediocre jornada con su inofensiva y fácilmente olvidable Sin Rodeos, efímero remake que viaja cruzando fronteras a altas velocidades entre carteras culturalmente diversas. Eso sí, el cine convulsionaba a ritmo de carcajada limpia. Podría, y debería ser considerado como bien público, afilar mi lanza para ensañarme gustosamente con esta mediocre basura sirviéndome tan solo de Cristina Pedroche. Sin embargo, yo he venido aquí a hablar de mi herido orgullo patriótico, y de cómo la propia embajada española (paradójicamente) ha sido la causante, aquí, tan lejos de mi país, de que me sienta desamparado por la tierra que me vio nacer.
            Es curioso que, sin pertenecer a ninguno y odiando por la condición inherente a mi generación cualquier signo político, me sienta dispuesto a soportar que alguien me pueda juzgar por mi nacionalidad a raíz de las declaraciones por las que Borrell tuvo que responder cuando denunció la xenofobia sistémica e inherente a la vida política magiar. Creo que todos deberíamos coincidir en este punto. No quiero ser malinterpretado, Hungría es injusta con los refugiados de manera equivalente a la mayor parte de oídos sordos europeos, la diferencia es que es ella la que se come la mierda que el resto de potencias barren hacia el descansillo de sus hogares. Lo que no estoy dispuesto a soportar es que alguien, que se supone tendrá conocimientos cinematográficos, haya tenido la poca decencia de haberme dejado nacionalmente avergonzado ante el gentío local que ocupaba la medio vacía sala donde se perpetró la proyección de la que puedo denominar como la peor película que he visto en mi vida.
          Garabandal: Sólo Dios lo sabe es un insulto religioso bienintencionado. Es (y nunca mejor dicho) una hez de proporciones bíblicas. Aparentemente una broma de mal gusto cuando uno lee el risible nombre de su director (Brian Alexander Jackson), Garabandal engaña a los ojos por su constante tortura formal y visual. Creada por actores no profesionales y creyentes muy devotos narra las apariciones efectuadas por la virgen en el municipio Cántabro de San Sebastián de Garabandal durante los años 60. Garabandal jamás debió existir por su condición de desastre anunciado modelado por gentes inconscientes del respeto y valor que desde sus orígenes el medio audiovisual  merece. Así pues, esta película low cost no tiene nada de valor que ofrecer a cualquier espectador que no sea devoto de la madre de nuestro señor Jesucristo. No importa cuál sea tu raza, sexo, género (impuesto o elegido), ideología, orientación sexual, capital o color favorito: Garabandal es una mierda que atraviesa todas las convenciones y constructos sociales exceptuando la Fe cristiana (y ni siquiera toda). Este documento solo funciona como panfleto turístico para algunos y es directamente dirigido a la santa sede con la intención de que se reabra una investigación científica que permita confirmar las apariciones allí ocurridas. Eso sí, cuidándose de criticar la estructura eclesiástica lo mínimo en favor de los intereses que el pueblo y sus devotos muestran por una confirmación oficial de los hechos allí acaecidos. Viendo entrevistas concedidas por los propios protagonistas de la película me duele más tener que acentuar, consciente de su esfuerzo y devoción, el tiempo y dinero empleado que el visionado de esta película ha transformado en perjuicio. Aun así no voy a morderme la lengua a la hora de conjeturar que, tal vez, muy a pesar de lo que vosotros digáis, esta no sea la película que vuestra Madre quería. Aunque estoy seguro de que se sentirá orgullosa y agradecida por vuestro esfuerzo, apostaría mi alma entera a que cuando pudo ver el resultado final se llevó las manos a la cabeza de manera similar a como yo lo hice posando mis ojos entre las falanges de mis dedos, sin dar crédito a la infamia que, proyectada en la grisácea tela del cine Urania, fluía plano a plano. Mucha gente pensará (con razón) que la inocencia cinematográfica no es motivo de peso para un ataque tan gratuito y duro como este. Sí, eso es cierto. El problema no reside en las creencias de las personas involucradas en el proyecto ni en su palpable e inútil esfuerzo. El perjuicio lo ha causado la persona que, desde la embajada, ha consentido consciente o inconscientemente que esta obra, incapaz de pasar siquiera el filtro de cualquier espectador medio, haya sido proyectada en el cine más importante de Budapest. Y es que España debería empezar a esconder más sus verdaderas miserias respetando su cultura en vez de ocultar otras más graves sacando pecho al modo europeo en que Pablo Casado da la mano a inmigrantes rescatados.
            Me gustaría descubrir todas las herramientas de las que se ha servido la persona que ha querido traer esto hasta aquí, así como todos los filtros que la película ha pasado para ello, de esta manera podría poner al descubierto los mecanismos de mamoneo que de manera casi imperceptible y sin que nos demos cuenta pasan ante nuestros ojos diariamente. El herido patriotismo del que hago gala se confirma de muerte cuando me percato una vez más de que nuestras instituciones permiten (como aparentemente siempre han hecho) que personas carentes de conocimientos suficientes para el juicio cultural del asunto que les atañe puedan tomar decisiones arbitrarias sobre lo que es culturalmente valioso y, por consiguiente, puede cruzar nuestras fronteras.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Sobre Bocadillo



Nos encontramos en un estado catatónico. Una grave enfermedad del siglo XXI que nos convierte en standbys vivientes con nula capacidad crítica mientras con nuestra pasividad e inactividad cedemos el poder a los falsos ídolos del mercado. El insulto es mayúsculo cuando se trata de evidenciar la idiocia que atraviesa las estupideces superpuestas en nuestro rango de visión. Lo paradójico del asunto sale a la superficie cuando este engendro vanidoso de ego desmedido salta a escena con su nuevo traje. Evidentemente está desnudo, pero pretende de manera muy efectiva que el grueso de sus seguidores aplauda su esplendido traje de satén. Cuando todo haya pasado no quedará nada, el recuerdo de una maniobra de mercado y un poco más de tiempo malgastado por cada uno de nosotros. Así pues, el crescendo de “contenido” sintético y adulterado que llevamos consumiendo durante años está lejos de llegar a su fin. La rueda seguirá girando y yo seguiré abriendo la aplicación mientras defeco aquí en un retrete húngaro de orificio invertido. Es fácil criticar el pienso que infla a nuestros ganados y llenarse la boca con la palabra refugiados sin atender a los problemas primermundistas que están degradando con una rapidez alarmante nuestra capacidad de reflexión. Negar nuestra responsabilidad personal a la hora de consumir basura sin ponerla en tela de juicio nos condena (lleva tiempo haciéndolo) a la mediocridad más absoluta. La caverna de Platón se convierte en un meme carente de gracia mientras un niñato insolente utiliza su injustificado poder esperando que el populacho y los medios ardan en el caos hasta que alguien termine por compararle con Duchamp u Orson Welles (puedo confirmar días después de escribir esto que La Vanguardia tiene el dudoso honor de ser la primera en compararle con este último). Wismichu, junto con tantos otros, nos ha vuelto a todos vegetarianos al cebarnos (durante años y especialmente ahora) con suculentas heces. Ahora él, a ritmo con sus esbirros, sale a justificar lo que creen una acrobacia de ingenio desmedido sin precedentes (o mejor dicho, con los precedentes que ellos eligen). Vanagloriándose de rescatarnos de la caverna, Wismichu nos mira a los ojos desde una ventana de Youtube para alertarnos sobre el peligro de dar crédito a los titulares vagos que circulan por internet mientras aprovecha para compararse con Haneke a golpe de click. Si crees que "The Room" tiene algo que ver contigo, amigo, no has entendido nada. Para quien haya tenido el placer de poder ver su aparición estelar en el programa de televisión La Resistencia será de una facilidad pasmosa discernir, entre su carencia de gracia y sus vacuas promesas, la nula profundidad de un proyecto que cada vez se ve más claramente gestado por una gran empresa y no por su más que dudoso espíritu revolucionario personal. Uno de sus compañeros se escuda tras la más que conocida barricada de papel: el esfuerzo. Estudiar cine y pasar horas montando una película no otorga mayor dignidad al objeto de tu proyecto, deberíais saber (y creo que empezáis a ser conscientes) que os habéis quedado bastante lejos de estar a la altura. Este mismo arduo trabajador con títulos que lo atestiguan ensalza la cultura cinematográfica de la que Wismichu textualmente se “empapa” para que nosotros olvidemos cómo este último, haciendo alarde nuevamente de su propia inconsciencia y desconocimiento puro del mensaje que pretende transmitir, consideró que por haber leído un tuit tenía derecho a comparar su película con 71 fragmentos de una cronología del azar (o más concretamente, como el tuit rezaba, 73 Fragmentos de una cronología del azar). El problema dista mucho de ser económico o una ofensa al medio cinematográfico, este es un problema moral y ético de primer calibre. Utilizar los números, el dinero y la posterior difusión para engendrar una bomba de humo criticando la mano que te da de comer no ha resultado otra cosa que una estúpida maniobra de marketing. No se trata de nada más que de un mensaje lastrado por todos los defectos que su contenido quiere denunciar, llevado a cabo por personas de una cortísima mirada social y una nula visión artística. Cuanto antes entendamos que sus protagonistas son solo la punta de un iceberg de basura ocultada durante años a nuestro juicio, antes podremos comprender por qué solo hoy día se puede malinterpretar, como si de una grotesca paradoja se tratase, un mensaje tan sencillo haciéndolo preso de su propia denuncia y cómo, de esta manera y con un mal gusto francamente atroz, se puede justificar a base de nombres como Carlo Padial o “el montador de Un monstruo viene a verme” que se rían una y otra vez en nuestra cara llamándonos estúpidos a través de una propuesta tan inane como esta.

         He de ser suficientemente justo como para admitir que sí he aprendido algo de todo esto: Que ya basta. Que la distancia entre nuestra pantalla y vuestras habitaciones abarrotadas de accesorios y posters pagados con vuestros monetizados vídeos no puede nublar nunca más nuestro juicio sobre lo que llamamos arte y lo que denominamos bazofia, sobre a quién concedemos el honor de nombrar genio y a quién debemos dejar olvidado en su propio patio de recreo maltratando el sentido crítico de su influenciable público.

Sobre Garabandal (y la semana de cine español en Budapest)

            Nacido y criado en el auge del libre intercambio de cap ital e ideas en el que actualmente nos encontramos, la globaliza...